El día que nos castigó el cielo
En aquellos pueblos de cristal aún lo recuerdo
queríamos redimir la inmediatez de nuestros pasos
del pasado construido en huellas,
de la historia de un futuro de seguro
olvidado…
y tomamos la versión de lo fundado
construimos en nuestro traspatio
un inmenso y transparente lago
que nos diera leche y alimento
y nos tendiera laberintos hechos de redes
y trasmallos, ,
hay que encontrar con rapidez
grandes,
enormes explanadas
donde se asienten los pueblos y los polvos
y la vida de los siglos sea ultrajada
por la frágil sangre de los cerros.
Y en ese lugar masticamos adobe para dormir con complacencia
ensalivamos las paredes con recuerdos
(era la conformidad en cierne, aún no la hacíamos nuestra)
aprendimos de la sensibilidad en la cosecha
de maíces y lunas viejas y viajeras,
hicimos guerra
al vicio crónico de las leyendas
y todo por el viejo arraigo a tierras plagadas de promesas y profetas
–debemos separarnos–
nos decía aquel callado lago
andrógino, convertido con el tiempo en mujer;
era de pan la tierra, pan aprendido con los años
pero pan hambriento por desbaratarse y derrumbarse
sobre nuestros pies…
Y aquella gente de mujer
nos anunciaba un huracán sin mares
sobre valles acolchados de papel.
Y aquella pesca de la piel
de un agua ahora ya no transparente
sino espesa y pegajosa como miel.
Y aquel pecado que nos acercaba a la lluvia de los peces
un día nos castigó con sus ángeles de lodo
descargando eso que sólo en sueños aparece
llenando las calles de fantasmas mojados
y lavando ríos que hace centurias fueron de lava.
Misma serpiente, diferente manzano, ajeno emisario del castigo celestial, ,
hay que encontrar con rapidez
grandes,
enormes refugios y cavernas
donde se asienten las mieses y los miedos
y la vida de los siglos sea ultrajada
por la frágil sangre de los cerros.
Hace como un mes que ya no es jueves
un miércoles nos rebasó y nos permanece
un miércoles de madrugada sucia
mañana de piedra y bosques reciclados
litros de agua gris, savia de obsidiana oscura
sobre pendientes imposibles
un miércoles de simonía, geométrica armonía, precio permanente por la estancia
de sentarnos sobre tierras legitimadas por un dueño
que es mujer, es rocío y es animal que transforma su piel
cada trescientos días.
Y aún recuerdo su voz cuando bajaba por los cerros
voz de río que rezaba y que lloraba
mirada de quebranto de los pueblos
atraídos por magnetismos del color del cempasúchil
y habitados por muertos de cantera.
Hace como un mes que ya no es jueves
los miércoles de bronce no perecen
nuestros montes se cansaron de su santidad,
y bajándose del pedestal en donde estaban
llegaron hasta la puerta de la casa de mis padres
todo se detuvo en la madrugada del principio,
dejaron de ser de esponja, los cerros vestidos de terciopelo verde
dejaron de ser propiedad del agua traicionada
los peces y las redes y las aves y las manchas en las barcas y el reflejo desamparado
de la luna, de turno, nocturno…
Y aún recuerdo las cascadas de tierra mojada
y una canción de sal que por ellas bajaba
las manos, las piernas, todo dentro del agua
la lluvia dentro mojada, la muerte dentro mojada
cobijados por la drama-queen
por el vapor (aunque de frío) y la fría desesperanza, ,
hay que encontrar con rapidez
carros blancos con cruces rojas,
camiones llenos de bolsas reservadas
atestadas de nubes negras y blancas
donde se asienten los días y las diosas
y la vida de los siglos sea ultrajada
por la frágil sangre de los cerros.
Picó la víbora como cuando muerde un tronco flotando,
hoy hay más tierra que antes
crecieron los campos de piedras blandas
el lodo segó al maíz y descompuso a la mañana
por eso, hoy más que nunca, ,
hay que encontrar con rapidez
grandes, enormes momentos de calma
donde se asiente la tierra a su sitio
porque la vida de los siglos no se acaba
por la frágil sangre de los cerros
que bajó en aquella mojada madrugada.
Punto.
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