Vi una película de mí mismo cuando apenas no nacía, era en
blanco y negro y las primeras escenas, las actuaba un payaso.
Vi también una madre que tenía ilusiones (llueven sueños de desvelos)
grises, negras, rosas de vírgenes visiones faltas de existencia.
Era mi personal prehistoria. Más tarde,
en la tenue luz violeta de los cines capitalinos,
Vi escenas de cuando respiraban los murciélagos de mis cavernas
interiores y la luz que era sagrada atormentaba mis retinas. Después
sobre la piel aún rasgada, sin recuperar
sentí los golpes de la ciencia y el oxígeno artificial de los enfermos.
Por sus tubos de caucho y silicón descendían los ríos de glóbulos y plaquetas.
Pero la oxigenación me envejecía la carne: vi que todavía no articulaba palabra alguna
de inocencia agonizante por los pulidos juegos sexuales de la segunda niñez,
vi el triste baile de verano sin esperanza de encontrar a quién morder
por esa noche y después envejecer como las serpientes, cambiando de piel.
Bostezaba de sueño. Lagrima eternamente pintada. Como en los payasos.
Más tarde. En lo profundo de los besos
moraban los anhelos de conservar la estirpe sin recelo,
(era la factura de la hombría en sus años decadentes)
Al final
vi demasiado tarde que los actos son en vano, que siempre nos estamos despidiendo.
Todo esto actuado siempre por payasos.
Dirigido por un Dios barbado, con lentes y con bello en las manos.
Al salir me tropecé conmigo mismo,
inundado del desvanecido cuerpo de un Spike Lee,
o de la gracia mimética y estúpida de Fritz Lang y Eisenstein,
entristecido, verdaderamente entristecido;
y me vi insatisfecho de lo que he logrado yo
y lo que han logrado ellos en mí. Hoy
no puedo ver más, me cegó el metano.
Y caí en la cuenta de que sólo la muerte legaremos.
Por eso da igual respirar profundo o intentar
dejarlo todo atrás. En los escombros del vacío de la memoria.
--------------------------------------------------------------Punto. 12/04/2000.
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