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A través de este cielo.
El sol es una piedra de metal ignoto
en nosotros deposita sus semillas ambarinas, nos pule, nos recrea,
náufragos de alma, despistados
miramos momentos de paz en este aire azul que es el cielo
en este aire inmenso
y nuestros sueños danzan cálidos
y con ellos, entre ellos, nos vamos escapando
de lo poco de creación que queda
en nuestros cuerpos.
Aprendí a amarte en este clima
que en mi corazón extranjero siembra árboles
y siembra penas,
Aprendí a mirarte por las tardes bajas
por las mañanas de humo, a mirarte
con unos ojos sordos y asustados de amor.
Eras mía entre las flores de azafrán,
entre patos de lirio y agua tibia,
éramos nosotros letras rebeldes
en las páginas húmedas de Chapala
y en sus calles llenas de agostos;
en sus peces de siempre, de siembra marina en agua dulce
que suspende su hervor por reflejar nuestros rostros fantasmas
nuestras vidas entre campos y millas de sueños que
se han roto. (por amor, never ever drink it again.)
El amor pretendía ser un secreto
entre los dos, ser un amor de insectos rojos
de niños jugando a la peregrinación nocturna
ser una especia rara de amor,
uno sin nombre definido, uno de nubes,
de espacios vacíos.
Aprendí tantas cosas siendo presa de tus ojos:
a implotar en estos corredores de tierra
a escuchar tu voz en las ondas de agua
quemado de ausencia,
sembrado de ámbar solar en tregua
con besos amarillos en la piel,
y por fuera, en la lente de la noche
Marte brilla más de lo que brillan los planetas
parece tambalearse con las mareas del viento
constante, fresco, el gigante cursivo.
La primera frase de la luna tierna
era para el lago donde nos tocábamos inmersos
en la cuesta matutina, en la leyenda de la vieja
en el puente de amor concreto que tendíamos
entre nosotros y el resto del destino conocido.
Eras mía, insisto, justo
donde todo se oscurece, los matorrales y la muerte,
y el silencio se hace público
porque recorre vecindarios atestados de vecinos;
eras mía en esas playas
en esos lastres, a la hora en que
la piel se derretía; eras mía y a través
de mí eras de todo, de los abuelos de esta tierra
de la cortina del viento, de la grava
y de la pesca,
de esta noche azul que sigue siendo el cielo.
*
El sol es un metal muerto que siempre
se funde y que nada enfría,
y es en nosotros donde deposita la fe del maíz
y deposita la vida eterna y con ella
la necesidad que en nosotros imperaba y en los cuerpos
el amor que nosotros dedicábamos al amar
puliéndonos, recreándonos
náufragos de alma
escasos de sueños futuros
delirantes de anhelos
testigos de la danza en la que escapa
lo poco que queda de clima en
nuestros corazones.
Punto
Mario Z Puglisi
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