4/Oct/2008
El Sábado 4 de Octubre, del 2008 fuimos a San Miguel de Allende, en el insurgente estado de Guanajuato. La aventura del año. Se había programado una exposición plástica de artistas de Guadalajara y la ribera en aquella ciudad; además de la presentación de mi libro "Dos Triunfos..." y de la revista Meretrices. La exposición sería efectuada por Xilotl y Antonio López Vega de la ribera de Chapala, y de Alfredo Langarica y El "Güero" Martínez de la perla tapatía. Así que nos fuimos, Xilotl, Eduardo Xilonzóchitl, mi hermana y yo en la camionetita de Eduardo. No sé cómo se nos ocurrió que podríamos viajar en ella sin contratiempos. Es el desempeño de la efervescencia y la emoción por estar en la cuna de Ignacio Allende y Unzaga. La que no sesperaba.
La llegada: calurosa. Al entrar al pueblo nos encontramos con los otros artistas plásticos. Ya todos y todas, fuimos al Marquet Bistro, casa ofrecida por el gran promotor Daniel Serdey, para la exposición y las letras. Casi por anochecer realizamos ambas. Éxito como el anticipado, asistió mucha gente para acompañarnos en ambos eventos y el desarrollo se dio al cual más. Terminado todo fuimos a echarnos cada quién uno de los mejores pozoles de Guanajuanto, en una conocida cenaduría que está a pocas cuadras de la plaza principal. Y de allí, a la cantina más vieja de San Miguel a abandonarnos a la noche extensa y las repetidas heladas cervezas.
El día siguiente, tras desayunar en el mercado, nos despedimos con rumbo al regreso a la ribera de Chapala. La ruta trazada era bajar hacia la ciudad de Guanajuato, de allí a Irapuato para regresar por la libre al lago más grande de México. Debo decir que era día domingo. Cinco kilómetros antes de llegar a la capital de aquel estado, actual patrimonio de la humanidad, la camionetita, simplemente ya no quiso andar. Válgame.
Si hay algo que me llamó la atención, es que en esa parte de México, y lo digo para no generalizar, en esa particular zona, los mecánicos o son todos acaudalados y no necesitan el dinero o padecen una extraña alergia al trabajo en el día dedicado al señor. Cuatro horas intentamos encontrar un mecánico que nos pudiera ayudar con el capricho de la troca joven (así le decimos a la camionetita) sin resultado alguno. Mecánico que encontrábamos mecánico que nos decía, "noooooo, joven, sabe de que aquí no trabajamos los domingos". "Pero mire" les suplicábamos, "tenemos que regresar a Jalisco y con la cosa como está, cóbrenos el día de descanzo, total, se lo pagamos y ya". Y aquellos, onda así de estarse rascando el fondo del ombligo y para ese entonces ya bastante de malas, sólo atinaban a decir "Regresen mañana temprano y los atiendo, ahora estoy ocupado no haciendo nada".
La sola idea de tener que quedarnos en un hotel de Guanajuato, a tres días de comenzar el Festival Cervantino, presentía que no nos venía muy bien. El azar nos trajo más canela a la tarde. Un joven mecánico que, apiadado de vernos ir y venir, intervino en el vehículo; el veredicto: "necesitan una batería nueva". ´Uta madre, setecientos pesos más la mano de obra. "Casualmente yo tengo una usada pero buena, les servirá hasta Jalisco". Pues el amor por el terruño pudo más. Accedimos a la batería y con el auto ya en marcha seguimos la ruta hacia la capital de las fresas mexicanas: Irapuato. Como era de sospecharse la batería "buena" le hizo a la camioneta lo que el viento a Juárez: NADA. Poco antes de llegar a Irapuato, ya bastante oscuro, la troca joven se volvió a apagar. No luces, no marcha, y para acabarla de chingar, nos marcaba que no tenía gasolina.
Allí nos llegó la desabrida resignación. Resistir casi a empujones hasta el centro de Irapuato y hospedarnos en donde Dios nos avisara a través de sus designios, sería la estrategia a seguir. Aparte, dicen que aprieta pero que no se le pasa la mano. La camioneta quedó totalmente muerta justo en un desde donde se veía un pequeño hotel de central camionera donde pudimos pasar, los cuatro, la noche. Ya se imaginarán para ese entonces el cansancio físico y emocional. Vino la calma de saber que ya no teníamos de otro sabor la horchata. Descansamos sólo unos minutos para poder darnos una vuelta por el centro de la pequeña ciudad fresera. Tuvimos oportunidad de cenar en una taquería bastante recomendable, se llama Los Compadres; imperdonable, cuando vayan visítenla. Acabadas las gringas de pastor, atendimos a las obligadas: una helada caguama por mono. Deja de caguamas, las mejores caguamas de esa semana. Como era el mero centro, tuvimos que caminar, de noche, como una hora y media para poder tener en nuestros brazos el ansiolítico legal que nos procurara una noche de profundo descanso. A mí me alcanzó el sueño mientras Super Porqui volaba desde la tercera en un canal de televisión local.
Lunes por fin. Ya no habría pretextos para que un mecánico no nos echara la mano. Por supuesto la batería fue un gasto inútil. No servía el alternador y hubo que arreglarlo. Dos horas y media. Desayuno de café en el ocso. El auto eléctrico nos advierte que un ducto por el que pasa la gasolina está roto y que hay que llevarlo a soldar. El soldador estuvo dos horas más trabajando sólo para decirnos que el jale estaba listo pero que por error había roto el tubo de los frenos. Échenle más que para eso nos pintamos solos. Hubo que esperar a que la refaccionaria abriera pues estaban en la hora de la papa. Enseguida, otras dos horas más para reparar los frenos. Entiéndase: todo el día y parte de la tarde del lunes esperando cual ostras en la orilla de Maruata. Pero lo logramos, la troca joven se compuso de sus males y nos trajo de regreso a la ribera de Chapala. Llegamos a San Juan Cosalá a las once de la noche, tras viajar todo el día, perderse en dos ocasiones y detenerse lo estrictamente necesario.
Pero llegamos.
Acá les dejo los videos de la presentación en San Miguel de Allende.
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