jueves, 21 de abril de 2011

Crónica del viaje a Puerto Rico. Día 1, domingo 20-lunes 21 de marzo

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Volver… Con la frente boricua.
Esteban Charpentier



−“Señores pasajeros, este es su capitán hablando, les anunciamos que debido a un instrumento de vuelo que no está respondiendo cancelaremos su salida hasta nuevo aviso”. Con estas palabras comenzó el domingo 20 de marzo mi viaje al Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico 2011, en orgullosa representación de mi país México. Cerca de 160 pasajeros ya sentados en un vuelo que iría de la ciudad de México hacia Panamá para tomar conexiones a otros destinos fuimos reubicados en un hotel de cinco estrellas mientras reparaban el avión. Eso sí, con todos los gastos pagados por la aerolínea. Fue necesario recoger de nuevo el equipaje y esperar a la reprogramación del vuelo. Aunque a la mayoría de los pasajeros les fue asignado un nuevo vuelo al día siguiente a las 4 a.m. a mí, por la conexión a San Juan de Puerto Rico me tocaría viajar hasta el martes al medio día. El Festival Internacional de Poesía, al que acudirían poetas de 18 países de habla hispana, comenzaba el lunes 21 y terminaba el sábado 26 de marzo, por lo que con las noticias de la aerolínea me perdería el acto inaugural y un día de festival. La indignación, aunque mucha, no superaba la conciencia de que el instrumento ese hubiera fallado ya en vuelo y entonces no estaría ahora escribiendo sino flotando en alguna parte del Atlántico con un chaleco al que tienes que soplarle para que se infle. Así que agradecí el tacto y me dispuse a esperar en el hotel mi siguiente vuelo.



Ya instalado, con todo lo quisiera consumir pagado por la aerolínea, como viviendo una escena que sólo en las películas había visto, me senté solo en una mesa para cuatro y abusando de la hospitalidad del bufet llené la mesa de platos con pequeñas porciones de los 21 guisados y postres ofrendados. En la habitación desempaqué mi maleta con la mentalidad de pasar allí hasta el martes de mi vuelo. Como a las 9 de la noche un empleado de la aerolínea se comunicó conmigo, decía que podía volar al día siguiente lunes si me ponía en lista de espera; media hora después me hablaba que siempre no, que sería hasta el martes, media hora después que podía viajar en un vuelo esa misma noche a las 4 am, media hora después que sería mejor el lunes, media hora después que hasta el martes; por momentos creí que viviría como Tom Hanks durmiendo en un hangar del aeropuerto hasta que la aerolínea resolviera mi situación. A las 11:40 de la noche, el mismo empleado me confirmaba: “señor Puglisi, alguien ha cancelado su lugar en el vuelo de las 4 am, si quiere puede viajar esta misma noche, el transporte estará en el hotel a las 12:30 de la madrugada”. Rápido tomé un baño y volví a hacer la maleta para salir al aeropuerto donde tendríamos que documentar a la 1:00 am. Lo más preocupante, y que impidió que pudiera dormir un poco en el transcurso del viaje a Panamá era que viajaríamos en el mismo avión descompuesto al que juraban ya haber instalado la nueva pieza. El sólo imaginar que el instrumento fallara nuevamente y ya en el vuelo provocó un tormento que duró las 3 horas y media que el avión tardaba en llegar a Panamá. El asiento ahora asignado a mi nombre estaba justo junto al ala del avión, en la salida de emergencia, lo primero en explotar en los contingentes aéreos. Pensé: “bueno, si algo pasa seré el primero en caer abatido por las leyes de Newton”. Horas más tarde el avión atravesaba una hermosa panorámica de la ciudad de Panamá, con vista al canal, para aterrizar con todos los estándares de seguridad en el aeropuerto de esa ciudad a las 8:40 am. Había pasado la primera prueba.



Estar en el área de tránsito en un aeropuerto es como estar en ningún lado. No puedes salir a conocer nada del país en turno, estás confinado a una especie de cápsula de Babel donde todo mundo tiene prisa y a la vez espera interminablemente. Si se está el tiempo suficiente uno termina por ver quince o veinte rostros que se repiten por horas, algunos cambian entre ellos cabelleras, vestimentas, colores de piel, pero en definitiva son los mismos. Todos los aeropuertos, por lo menos en Latinoamérica son idénticos, los asientos separados por el respaldo de la mano, las tiendas llenas de señoras de cien ojos comprando cosas para sus maridos, los Starbucks con güeros gordos de nariz roja devorando sendos platos que podrían alimentar kilómetros de hambre en lejanos continentes, los pequeños grupos de tripulación de vuelo formados por orgullosos capitanes, nerviosos asistentes de vuelo y amables azafatas de todas razas. La espera allí (como dicen los mayas: en el espacio del no-espacio), fue de tres horas antes de volar pasado el medio día hacia San Juan de Puerto Rico.


El vuelo fue tranquilo, ya de día, de tres horas y cinco minutos hasta la Isla del Encanto. Lo primero al bajar fue intentar comunicarme con la presidenta del festival pues por los hechos recientes me esperaban hasta el martes. El aeropuerto internacional de Puerto Rico está separado por el área de vuelos hacia Latinoamérica y el área de vuelos hacia los Estados Unidos, donde cientos de personas esperan pacientemente a que cada una de sus maletas sea registrada cautelosamente por personal del gobierno americano antes de documentarlas. Puerto Rico es, en pleno siglo XXI y lamentablemente, una colonia norteamericana.


Eran las cuatro cincuenta de la tarde cuando intentaba infructuosamente de conseguir una tarjeta para comunicarme, todas las tiendas donde se vendían estaban cerradas, parece que todos los tenderos se pusieran de acuerdo para ir al baño al mismo tiempo, y yo con las maletas para arriba y para abajo. Debí de tener una cara de desesperación impresionante porque ya para cuando me rendía una muchacha que atendía un kiosco me prestó amablemente se celular para avisar que ya estaba en suelo boricua. Uno de los miembros de la junta directiva del festival pasaría por mí a un Wendy’s que está frente al aeropuerto. Cuando dije incauto: “¿cuánto te debo por la llamada?” Ella me decía con una sonrisa que me hizo olvidar por un minuto que llevaba ya 32 horas sin dormir: “no es nada, bienvenido a Puerto Rico”.


Solo, con un vaso de limonada sabor a bicarbonato concentrado enfrente de mí, esperaba que me recogieran con un semblante de franco cansancio, dos maletas llenas de ropa y de libros confundían a las personas tras el mostrador que no veían la hora de que ya me fuera. A las seis de la tarde, por fin, alguien me preguntaba: “¿Es usted el poeta mexicano?” Rumbo al hostal donde nos hospedaríamos supe que la inauguración sería apenas una hora más tarde y esperaban que leyera el poema ganador del segundo lugar de la categoría internacional del certamen Guajana, razón de mi asistencia al festival.


En el hostal hubo tiempo únicamente para un baño rápido y prepararse para la inauguración. Se celebraba en el auditorio de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, sede y anfitriona de los poetas internacionales asistentes. La inauguración dio la bienvenida a los poetas nacionales y extranjeros, presentó a la junta directiva encabezada por los poetas Vilma Reyes y el fundador y presidente honorario Vicente Rodríguez Nietzsche. Dentro del programa se contempló celebrar los 50 años de la revista y el grupo Guajana, poetas que en los años sesenta comenzaron un movimiento poético que desembocó en muchos a lo largo de estas cinco décadas. La charla sobre este movimiento estuvo a cargo del catedrático Marcos Reyes Dávila. Tras ello llegó el momento de leer los poemas ganadores del certamen, se leyeron los poemas de la categoría nacional, yo fui el único que pudo asistir de los tres ganadores en la categoría internacional. Más tarde, el representante de la rectoría de la universidad, que conoce el auditorio a la perfección nos reveló que la asistencia en ese momento era de 500 personas. Así que tuve oportunidad de leer el poema “El día que bajó el cielo” frente a medio millar de personas cumpliendo para ese entonces 36 horas sin dormir. El evento inaugural terminó con la participación del grupo de salsa Dynasty. Después un brindis de honor con cena en el mismo comedor de la universidad. Terminada la cena, dos poetas españoles invitados al festejo, viendo la estampa de este insomne poeta se lanzaron a mí diciendo: “compañero, esto debemos celebrarlo con unas cervecitas”, yo, como para ese entonces ya estaba en automático dije que sí. La reunión se dio en un lugar cercano al hostal donde nos hospedábamos, junto a una poeta puertorriqueña, un pintor peruano y los poetas españoles Francisco Vaquero y José María Cotarelo, con quienes compartiría la habitación por el resto del festival. Regresé al hostal arrastrando los pies aunque esta vez de cansancio. Para cuando caí en la cama llevaba ya 42 horas continuas sin dormir.




La inauguración del Festival en el auditorio de la Universidad Interamericana de Puerto Rico.


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Vilma Reyes, presidenta del Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico.




Recibiendo el premio de poesía del certamen internacional Guajana.

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La bandera de Puerto Rico.

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